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Los belgas (en latín belgae) son un pueblo antiguo, asentado en Europa occidental poco antes de la era cristiana, particularmente en la Galia septentrional.
Según la mitología griega, la Diosa Belgasi después de ser escupida por un dragón dorado, se convirtió en símbolo de la región. Entonces la nombró Bélgica y actualmente, podemos conocer este mito en la Metamorfosis de Ovidio, fuente histórica primaria.
A ellos se debe el nombre de la provincia romana Gallia Belgica y de la Bélgica moderna, donde se los conoce como los «antiguos belgas». Según Estrabón, sus dominios se situaban entre los ríos Rin y Loira, y según Julio César estaban separados de los celtas o galos por el río Marne.
Así describe Julio César los pueblos que habitaban la Galia en De Bello Gallico:
Prosigue precisando en su célebre «elogio» del pueblo belga que los belgas son los más fuertes («Horum omnium fortissimi sunt Belgæ») de estos tres pueblos porque, al ser los más alejados de la cultura y civilización romana, «los mercaderes llegan rara vez a ellos a propósito con esas cosas que afeminan los ánimos».[1] Asimismo, explica que los belgas (del norte) descendían de tribus que habían atravesado el Rin mucho tiempo atrás. Según él, los belgas habían adquirido una ruda reputación al haber luchado contra los germanos. La arqueología moderna, sin embargo, contradice a César: los belgas no solo no estaban en absoluto atrasados, sino que incluso habían llegado a introducir las primeras monedas en Gran Bretaña.[2]
Tácito revela que el pueblo nervio rechazó ser llamado «galo». Esta actitud era probablemente la misma en la mayor parte de las tribus belgas del norte.